Faride Raful bombardeada por las
Faride Raful ha llegado al Ministerio de Interior y Policía con una trayectoria construida en el debate público. Desde su nombramiento, no faltaron quienes advirtieron que su designación era una trampa política, que estaba “hecha para quemarse”, porque nadie en la historia reciente ha salido airoso de esa posición.
Pero lo que enfrenta hoy no es una evaluación sobre su gestión. No se discuten sus decisiones sobre seguridad, la incautación de bocinas, su viaje a El Salvador para conocer la estrategia de Nayib Bukele, su postura migratoria ni las muertes registradas en supuestos enfrentamientos de disparos a manos de la Policía.
Lo que está en el centro es una agresión personal, amplificada como escándalo: la circulación de un video falso, generado con inteligencia artificial, que busca destruir su reputación con insinuaciones sexuales fabricadas.
No es un descuido. Es una estrategia. Y es urgente detenerla antes de que se normalice.
Lo más alarmante no es solo el contenido manipulado, sino el método: usar tecnología para construir una mentira y repetirla hasta que parezca cierta. Convertir la calumnia en tendencia. Darle forma de noticia, de escándalo, de conversación pública.
La ministra ha respondido con acciones legales. Pero también con una declaración que trasciende lo personal: “Defender mi nombre no es solo un acto de dignidad. Es también un deber público para que nadie más tenga que callar por miedo a una mentira”.
El problema no se limita a quien creó el contenido. Incluye también a quienes decidieron creerlo, difundirlo y amplificarlo sin preguntar si era cierto.
Se desvanecen los estándares de veracidad
En redes sociales, donde cualquier intento de control es visto como censura, la mentira circula sin freno. Y aún más grave: cuántos medios y cuentas con alcance trataron el asunto como si fuera noticia, a pesar de saber que era falso. Cuántos comunicadores y periodistas se escudaron en etiquetas como “presunto”, “alegado” o “supuesto” para deslindarse de la responsabilidad de informar con rigor.
Raful está enfrentando algo más profundo: una cultura que convierte la destrucción de una mujer en espectáculo. Una maquinaria que no necesita pruebas, solo clics.
Mientras los estándares de veracidad se desvanecen, las consecuencias son reales. Para la vida de quien es atacada. Para su familia. Para su hijo. Para la credibilidad institucional. Para el mensaje que se envía a todas las mujeres que consideren ocupar un cargo público.
Esto no se trata de simpatías políticas. Se trata de una línea que no puede cruzarse. De reconocer que el uso de tecnología para fabricar agresiones personales es una forma de violencia que debe ser condenada sin ambigüedad.
Faride Raful ha dejado claro que no se quedará de brazos cruzados. Y no lo hace solo por ella. Lo hace para que estas agresiones no se repitan. Para que ninguna mujer tenga que iniciar su vida política con la certeza de que su cuerpo o su intimidad serán utilizados como arma en su contra.
La mentira, bien editada, tiene más alcance que una declaración oficial. Pero no por eso deja de ser mentira. Y cuando los medios o las redes se prestan al juego, no están informando: están participando.