24 horas con el presidente Luis Abinader en Samaná
Ni escaparate ni descanso. El presidente Luis Abinader se trasladó el fin de semana a Samaná para encabezar una apretada jornada de trabajo que incluyó inauguraciones, encuentros con empresarios, recorridos por mar y tierra, y largas conversaciones con periodistas. En ese ir y venir de obras y palabras, dejó entrever su visión de desarrollo, y también el carácter que imprime a su mandato: control temático, cercanía sin improvisación y una forma muy suya de ejercer el poder, en la que asoma, como una sombra luminosa, la figura formadora de su padre.
Aterrizaje en el paraíso
Aún el sol remoloneaba tras la silueta de los cocotales, cuando el helicóptero presidencial descendió junto al remozado y lujoso resort de Cayo Levantado. Poco después, con el cabello plateado aún húmedo de la ducha y la sonrisa fresca de quien ha elegido la faena sobre el descanso, el presidente Luis Abinader conversaba distendido con sus invitados, un puñado de directores de medios.
Lo acompañaba su inseparable ministro de Turismo, David Collado. Sábado en Samaná. Veinticuatro horas de agenda intensa, matizadas por un calor sahariano que trepaba sin pudor hasta los 35 grados.
El estilo Abinader
En décadas de trajinar empresarial y político, Abinader ha pulido un estilo directo, sin rigidez protocolar pero con plena conciencia del cargo.
Su cercanía, lejos de erosionar la investidura presidencial, la legitima. Más que un intento de caer bien, es la afirmación tranquila de alguien cómodo en su piel.
Habla como quien enseña, no como quien improvisa. Escucha con atención, pero conduce la conversación con firmeza, dejando la impresión de que cada tema tiene ya su ficha estudiada. En su forma de explicar, de desgranar cifras y causas, asoma la sombra formativa de su padre, aquel economista exigente que marcó generaciones desde el aula.
Desde la terraza de su villa, copa de cerveza en mano y que nunca termina de consumir, señala el paisaje como si aún le sorprendiera.
“Tierras más hermosas que ojos humanos hayan visto jamás”, escribió Colón. La cita me viene a la mente mientras el calor obliga a refugiarse en el aire acondicionado.
Conversaciones dirigidas
Habla con cadencia, con intención. Incluso en el pacto tácito del “off the record”, evita la confidencia gratuita. Reflexiona, corrige, contextualiza, informa. Sus puntuaciones son penetrantes, por ejemplo, cuando enjuicia la capacidad del canciller ruso Serguéi Lavrov, recién de visita en el país. Como en diplomacia y en el ajedrez, importa tanto la pieza como el movimiento.
Cuando el diálogo se dispersa, lo recoge; cuando flaquea el interés, lo reanima. Es el primero en atacar la picadera, como remedio a la timidez de los periodistas, pero no pierde el hilo de lo que se está discutiendo. El diálogo se extiende durante hora y media entre observaciones políticas, humor bien dosificado y silencios estratégicos.
Es él quien finalmente marca el cierre: la cena está servida.
Mesa larga, sobremesa viva
Camina hacia el comedor saludando a cada miembro del personal.
Disfruta las delicias, con toque netamente dominicano, que salen de los fogones. Vuelve a levantar la copa —otro vaso de cerveza que apenas toca— y retoma el timón del diálogo. Collado, siempre a su lado, completa datos, confirma cifras. Se adivina entre ambos una complicidad de trabajo y confianza.
Ya en sobremesa, dos invitadas hasta entonces silenciosas lanzan sendos misiles directos a la santabárbara. Una se refiere al aumento del peaje y el descuido de las carreteras principales.
El presidente escucha, anota mentalmente, y promete revisar. La otra plantea el conflicto ético entre la amistad y la crítica periodística.
El poder, dice el presidente, debe respetar el disenso y la libertad de pensamiento y expresión, y él lo hace. Luego, distendido, bromea sobre los “difamadores profesionales”. Confiesa que antes se oponía a que sus funcionarios demandaran a comunicadores, pero que la agresividad sin freno en redes y portales lo ha hecho reconsiderar.
Visión de futuro desde el agua
A la mañana siguiente, el programa retoma con la reconversión del muelle de Arroyo Barril, que permitirá recibir dos cruceros simultáneamente.
El presidente aborda la lancha de pie, con el chaleco salvavidas ajustado. Durante la travesía, va señalando con precisión geográfica los puntos clave de desarrollo turístico.
El tono es de profesor que domina el tema, no de orador ceremonial. Detalla planes, cifras, fechas. Conoce cada proyecto en marcha en la provincia.
Port Samaná, calcula, generará 50 millones de dólares anuales y 1,500 empleos cuando esté operativo a fines de 2026. El viejo municipio de Sánchez, dice, será uno de los grandes beneficiarios. La historia no se olvida, pero hay que escribir una nueva.
Los cocotales y los buses
Vienen luego la entrega de autobuses escolares y un recorrido hasta la cabecera provincial. El minibús en que nos desplazamos parece excursión estudiantil.
El presidente nos acompaña junto a funcionarios y autoridades locales. Mientras se dejan atrás montañas verdes e hileras de cocoteros sin fin, Abinader expone su visión de Samaná como uno de los focos de mayor pobreza del nordeste y su empeño personal es cambiar ese destino. Lo hace con claridad, con énfasis, con la pedagogía de quien cree y quiere convencer.
Almuerzo con actores clave
El almuerzo congrega a empresarios, autoridades e inversionistas. Papo Bancalari, presidente de Asonahores, oficia de anfitrión.
Abinader despliega entonces su faceta más comunicativa.
Escucha con atención, responde con profundidad, intercambia ideas sin prisa. Como uno más, se sirve del bufé dispuesto al costado de la mesa. Insiste en lo que repite a menudo: el desarrollo se construye con la alianza real entre lo público y lo privado.
Por la tarde, bajo un sol sin tregua, se inauguran el malecón y la iglesia restaurada.
Collado recuerda que esas obras exigen cuidado ciudadano.
Abinader secunda: sugiere un patronato que garantice el mantenimiento. Luego viene el discurso más encendido de la jornada.
Collado afirma sin ambages: “Ni el presidente ni yo robamos, ni pedimos comisiones, ni damos contratas a familiares o amigos.”
Las obras —más de RD$550 millones en inversión— fueron licitadas con transparencia y supervisión universitaria.
Despedida con pueblo
El paseo por el malecón se convierte en baño de pueblo. Selfies, abrazos, saludos, agua de coco al natural.
Abinader se presta con naturalidad. La escena podría confundirse con un acto de campaña, si no fuera porque él mismo cerró la puerta a la reelección.
Ya al final de la tarde, cuando el sol amenaza con caerse detrás de las colinas enverdecidas, el helicóptero vuelve a asomar entre las nubes del este.
A lo lejos, los autobuses escolares relucen aún bajo la luz que se regala como un extra.
La jornada concluye. La forma, cuidada, ha dejado ver la substancia. Y viceversa.